
En mayo de 1978, aparecería en el Reino Unido el sencillo “Sultans of Swing” de la agrupación británica Dire Straits. Esta canción no tendría el éxito esperado por la banda, pero el destino le tenía algo reservado más adelante. Para el 9 de junio, en el Reino Unido, se lanzaba el álbum debut de la banda inglesa, cuyo nombre sería el mismo que el del grupo. Los liderados por el guitarrista Mark Knopfler hacían su aparición en la sociedad musical con este disco, sin imaginar lo que significaría con el paso de los años en la historia del rock.
Mientras tanto, yo cursaba el último año del preescolar, lo que en Perú se conoce como Educación Inicial o Jardín/Nido, en una escuela llamada “Dulce Hogar”. Una de sus principales características era la enseñanza del idioma inglés desde muy temprana edad.
El 20 de octubre de ese mismo año, se lanzaría el álbum debut de Dire Straits en los Estados Unidos de Norteamérica, mientras yo postulaba a un colegio de mi distrito. Tras algunas evaluaciones, obtuve el ingreso al Colegio Concordia Universal, ubicado en el distrito de La Perla, en la provincia constitucional del Callao, en Lima, Perú. La noticia llenó de alegría a mis padres y a toda mi familia, tanto paterna como materna, pues se trataba de una institución educativa reconocida por su calidad. Recuerdo que hice amistad con tres niños que también estaban postulando. Al igual que yo, ellos eran empujados por el anhelo de sus padres. Esos niños fueron Jorge Eduardo Martín Arces Sarmiento (Koki), Ricardo García Garaicoa (Bam Bam) y su primo Fernando Oscar Garaicoa (Dito).
Con el tiempo, se convertirían en mis hermanos de ruta durante los once años que compartimos en primaria y secundaria. Ese año estuvo lleno de música disco y películas musicales. La música en inglés seguía arrasando en las emisoras de radio, en la televisión y hasta en las fiestas infantiles, donde se bailaban canciones anglo a todo volumen.
Mi madre me prometió un vinilo como obsequio por mi ingreso al colegio. Recuerdo la ansiedad que sentía por tener ese disco entre mis manos. Llegó el 20 de noviembre y con él, mi cumpleaños número seis. Vinieron algunos parientes a saludarme, sabiendo que mi madre tenía una colección de música bailable en inglés que todos disfrutaban. Yo era el encargado de elegir los discos y ponerlos en el equipo de sonido. Ahora que lo pienso, quizás esos fueron mis primeros pasos como disc jockey.
Días después de mi cumpleaños, encontré sobre el equipo de sonido un vinilo hermoso, con un diseño impactante. Al abrirlo, tenía la foto de la banda, las letras de las canciones y detalles de la producción. El disco era “Fragile”, el cuarto álbum de la banda inglesa de rock progresivo Yes, lanzado el 12 de noviembre de 1971 en el Reino Unido. Además, marcaba el debut del tecladista Rick Wakeman. Entre sus canciones, había una pieza que me enamoró desde el primer instante: el clásico “Roundabout”.
Estaba tan emocionado que, al ver a mi madre llegar del mercado, corrí a abrazarla para agradecerle por tan lindo regalo. Pero para mi sorpresa, ella me dijo que ese vinilo no era nuestro y que no me encariñara, pues seguramente alguien lo había dejado por error. Mi alegría se opacó, pero el dueño no aparecía… así que seguí disfrutándolo todo diciembre.
Hasta que, días antes de Navidad, llegó a casa la señora Blanca Matallana, amiga de mi madre, acompañada de sus dos hijas. Eran muy simpáticas y compartían conmigo el gusto por la música en inglés. Para mi mala suerte, eran ellas las dueñas del disco, así que se lo llevaron, no sin antes llenarme de abrazos y besos por haberlo cuidado tan bien.
A partir de ese año, se volvió tradición escuchar con mi madre los rankings musicales de fin de año. Recuerdo claramente cómo nos encantó una canción en particular: “Sultans of Swing” de Dire Straits. Nos fascinó el estilo de guitarra de Mark Knopfler.
En enero de 1979, el álbum debut de Dire Straits fue relanzado internacionalmente, incluyendo en Estados Unidos, y “Sultans of Swing” comenzó a ganar popularidad en las radios. En Perú no fue la excepción. La canción se convirtió en una de las favoritas de mi madre y mía.
Nunca supe con certeza cómo consiguió mi madre el vinilo de Dire Straits, pero sospecho que fue un regalo de doña Blanca Matallana, quien viajaba con frecuencia a Estados Unidos. Lo recibí a finales de marzo de 1979, y para mi sorpresa era la versión original, no la edición peruana.
El regalo llegó justo el fin de semana anterior a mi primer día de clases en primaria, el lunes 2 de abril. No quería despegarme de mi vinilo; solo quería escucharlo una y otra vez. Pero era hora de comenzar la escuela.
Mi madre me llevó al colegio a las 7:15 a.m. Quedamos en que me esperaría a la salida. Recuerdo haberle dicho con picardía: “así será, mami”. Aquel primer día fue una mezcla de emociones: reencuentro con mis amigos, niños llorando, profesores con distintas personalidades… pero lo único en lo que pensaba era en mi vinilo.
Al sonar el timbre de salida, fui a la puerta… pero mi madre no estaba. Miré hacia ambos lados y decidí irme solo a casa. Antes, pasé por el mercado a ver juguetes, comprar golosinas y saludar a vecinos, luciendo con orgullo mi uniforme gris y la insignia del colegio.
Ya en mi cuadra, me detuve a conversar con unos amiguitos. Luego recordé mi vinilo y corrí a casa. Pero al llegar, me recibió mi abuela Carmen, llorando y abrazándome fuerte:
—¡Apareciste, hijo mío! Estábamos muy preocupados, ¡todo el mundo te está buscando!
—¿Todo el mundo? —pregunté.
—Tu mamá fue por ti al colegio y no te encontró. Llamamos a la policía, tu papá canceló un viaje de trabajo, tus tíos pidieron permiso para salir a buscarte. Mi abuelo Gregorio, usualmente renegón, también me abrazó:
—Nos has asustado, muchacho…
Poco después llegaron mis padres. El rostro de mi madre parecía una mezcla entre fuego, enojo y tristeza. Pensé que me llevarían a la inquisición o al paredón. Pero mi abuela me salvó:
—No le hagas nada, está asustado el muchacho. ¡Pobrecito! Dale una manzanilla…
Yo, teatralmente, puse cara de angustia, aunque por dentro tenía miedo. Sabía que me esperaba un castigo. En cuanto quedamos solos, mi madre me preguntó por qué había desobedecido. Mientras me reprendía, yo abrazaba mi vinilo, repitiendo:
—Pero ya estoy en casa, y estoy bien. Conozco el camino, soy un niño muy astuto.
Mi padre, enojado, quiso tirar el vinilo a la basura, pero me negué. Era mi tesoro. Después de varias advertencias, mi madre me dijo:
—Muy bien, mañana te vas solo al colegio… caminando entre las fieras y monstruos de la calle. (Se refería, claro, a los perros callejeros y personas extrañas del barrio).
—No tengo miedo, —le dije— yo puedo ir solo. Usted quédese tranquila, que yo volveré sano y salvo.
Dormí con mi vinilo esa noche por si alguien quería deshacerse de él. Al día siguiente, estaba a salvo sobre el equipo de sonido. Y así, comenzó mi rutina de independencia: yendo y regresando solo al colegio, demostrando que no le temía ni a las calles ni a los monstruos.
Días más tarde, la señora Blanca y sus hijas vinieron a casa. Traían un obsequio para mí: ¡el vinilo de Yes! Me lo habían comprado en uno de sus viajes a Estados Unidos, pero lo habían olvidado en mi casa por error. Al enterarse de lo sucedido, rieron, me abrazaron y me dijeron:
—Eres un niño muy adorable, por eso te lo trajimos.
Así, mi colección de vinilos comenzaba con dos joyas: Fragile de Yes y el debut de Dire Straits.
A los 18 años, en una visita familiar a Talara, mi madre confesó entre risas que durante los primeros meses de clases me seguía sin que yo lo notara, tanto a la ida como a la vuelta. Le respondí:
—Siempre lo supe. Una niña en la ferretería me decía: “allí atrás viene tu mami”.
Tomando sus manos, le dije: Así que siempre estuviste cuidándome... Gracias, mamá.
Terminamos abrazados, entre las carcajadas de toda la familia.
Han pasado 46 años desde aquella travesura. Y aún hoy, cuando escucho Sultans of Swing, no puedo evitar que las lágrimas rueden por mis mejillas. Mientras leo esta crónica, acompañado de mi primo Dani, quien me ayuda con los detalles ortográficos, nota cómo mi voz se quiebra al hablar de mi madre y de ese primer vinilo que cambió mi vida. Solo espero algún día cumplir el sueño de cantar esta canción en vivo, con todo el corazón, como un homenaje a la memoria de mi mamá Blanca.
Braulio Mogollón "El Doc Rock"
Musicólogo y Disc jockey INCIRadio