La aventura de trabajar sin una vista 20/20

Fotografía, Johana Hidrobo
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Edición Número 124

Cuando era niña, siempre me imaginaba en un mundo paralelo en el que nunca crecía ni tenía responsabilidades. Sí, era una niña rara. Quizá porque todas las demás a mi edad jugaban a ser grandes y porque bueno… La frase “cuando sea grande seré…” está siempre en la boca de muchos niños a los que estoy segura o bien conocen, o bien han criado.

Llega la adolescencia y entonces a mis 14 decido que dedicaré mi vida a la docencia, aunque la criminalística y las ciencias forenses me atraigan poderosamente. Pero pues si a la ciencia forense íbamos, mis tripas no estaban muy felices y el asco hacía su aparición. La universidad llegó y con ella, un montón de retos en esto de enseñar. Porque es más que gritarles a los niños un cállese, siéntese, pórtese bien, haga la letra bonita, use correctamente el uniforme. Te hablan de pedagogía, didáctica, formas y estilos de los aprendizajes, entre un montón de otras cosas que, si me pongo a mencionarles, no termino 5 años de carrera.

Llega el grado y luego de hacer sentir orgullosos a mi familia, mis amigos y los seres que me importan porque una etapa más concluía, empieza la preocupación: ¿en dónde voy a trabajar? Si hay tantos profesionales haciendo otras cosas para las que no estudiaron, ¿qué va a ser de mí?, ¿cuándo voy a empezar a cooperar con la casa? No voy a mentir diciéndoles que nunca había trabajado porque incluso antes de terminar la carrera ya trabajaba en la universidad y de forma independiente. El tema es que cuando sales de la universidad, la experiencia que cuenta es la que tienes después de graduarte. Entonces llegas a pedir trabajo a la empresa que sea, pones tu hoja de vida en el escritorio de la persona de recursos humano. Te dicen que todo es maravilloso menos por un aspecto mínimo. ¡No hay experiencia! Las puertas se cierran y te cuestionas si lo que estudiaste realmente te va a dar para vivir o no. O si no te equivocaste eligiendo la profesión que sea para comer y vivir de ella.

Los meses pasaron y entre dudas y puertas que se cerraban, algunas empresas decidieron saltar al vacío y apostarle a una recién egresada que con 25 años iba a hablarles de lo que sabía hacer y de las cosas en las que era buena. En este recorrido, trabajé en una fundación de personas con discapacidad, una agencia de publicidad, en la unidad para la atención y reparación integral a víctimas (UARIV), una universidad, una fundación de fomento a la literatura (donde aún trabajo como tallerista), la secretaría de educación, y finalmente llegué aquí, al INCI. Sin mucha fe en que le apostaran a esta profe porque a veces uno no confía en sus conocimientos y sus saberes, y con la certeza de que como dice alguien a quien quiero, el “NO” ya lo tenía garantizado. Faltaba ver si posiblemente mí no, se convertía en un sí. Así fue y con muchos nervios e incertidumbre por el cambio, el 17 de febrero, empecé a trabajar en el INCI.

¿Existe la inclusión laboral?

Yo creo que sí; y con iniciativas como las que actualmente lidera el INCI a nivel nacional, esta inclusión laboral va dando pasos de gigante. Apostarle a la inclusión laboral también es nuestro cuento y depende del rendimiento que demos como trabajadores que las puertas sigan abiertas para los que llegan; de modo que tener discapacidad visual y conseguir trabajo en un país como Colombia, no sea nunca más, una utopía, o una realidad de pocos.
 

Por Johana Hidrobo
Contratista – Imprenta Nacional para Ciegos

 

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