Dolly Mejia Moreno, segunda poeta erótica en Colombia

Fotografía antigua en sepia de Dolly Mejia Moreno

A Dolly Mejía la conocí cuando sabiendo yo la escasa posibilidad de estudiar algo sobre Periodismo en Madrid, España, insistí a mi padre que me ayudara a conseguir una beca. Efectivamente, llenando los requisitos académicos de egresada de la Universidad de América y viendo mi esfuerzo por conseguirla dado que era para profesionales con experiencia, me ayudó mediante una carta dirigida a su conocido el Dr. Gregorio Marañón, Director del Instituto de Cultura Hispánica y en efecto conseguí el propósito. 

 

Era mi primer viaje al exterior. Así que, escribió a su amiga y colega Dolly Mejía, en ese momento corresponsal de El Tiempo, para que, por favor, me orientara en lo que más le preocupaba, encontrar un buen lugar donde alquilar una habitación para estudiantes. 

 

Viajé con la dirección en el bolsillo, presta a llegar a su apartamento en un taxi porque la habían operado de los ojos. Cuando recogí mi maleta y me disponía a salir del aeropuerto, me llamaron por el parlante. Era ella que venciendo la prescripción fue a recibirme, detalle que siempre le agradecí y por esa época se convirtió en visita de un año y nos meses, mientras ampliaba la beca con otros cursos sobre pintura, literatura, publicidad y periodismo. 

 

Era rubia teñida muy parecida a Marylin Monroe, hasta en sus ademanes y actitud de mujer conquistadora, tanto que, años después cuando vino a morir en casa, le dijo a papá: -Jorge, cásate conmigo; estoy desahuciada pero no quiero morir sin un hombre al lado!. Ella hacía no más de un año había enviudado de Hans Peter, un alemán con binóculo que yo siempre sentía como exnazi, con el agravante que una tarde viendo álbumes le dije a Dolly:- Este señor fue profesor mío en la Universidad; dictaba sociología….Ella soltó su típica carcajada y me respondió:-Tú estás durmiendo en su cama…ese es mi marido que vive seis meses recorriendo su cadena de anticuarios y el otro medio año aquí. 

 

Fotografia antigua de Dolly Mejia Moreno

 

Por consiguiente me expliqué la delicada y fina decoración del apartamento con piezas de porcelana, jarrones, obras pictóricas y muebles antiguos. Lo único diferente era la biblioteca con obras contemporáneas, el menaje de cocina y un óleo que Mejía Vallejo le hizo a Dolly, en el que ella está semidesnuda.

 

Dolly como periodista estaba acreditada en el Club de Prensa extranjera, lo que me facilitó conocer personas como Papillón, actores, políticos incluyendo a Franco en una ceremonia en el Valle de los Caídos . Muy bien acreditada por su trabajo de corresponsal para El Tiempo y Cromos, recorríamos lugares y visitábamos personajes; fue tal vez, mejor la experiencia con ella que la teoría académica, con excepción del conocimiento en artes plásticas. 

 

Si bien era testigo silencioso de su trabajo periodístico, nunca la vi escribir poesía; seguramente lo hacía en la noche o cuando estaba sola. Es de las pocas mujeres colombianas consagrada en antologías y considerada en el Quien es quién en la Poesía colombiana que dice: “ …fue muy prolífica y alcanzó gran popularidad por su vitalidad, emotividad y desbordado erotismo que tal vez hoy haya sido superado por mujeres de una época más 

liberada y menos provinciana”.

 

Nacida en Jericó, Antioquia en 1920, estudió tardíamente Periodismo en España y Museología en Francia. Papá la conoció en Bogotá, seguramente en los años en que su 

esposo trabajó en la U. de América; a mi regreso de España, varios colegas me preguntaron por ella; recuerdo el interés de Timo León Gómez e Ignacio Becerra, periodistas de La República donde, me parece, trabajó un tiempo. 

Anoto que en la Feria Internacional del Libro, de este 2009, trataron de reconocer lo que representó para Bogotá el café Automático situado primero en la calle 13 -en esa época con el nombre de La Fortaleza- . En el texto-mural que narraba la historia, leí que Dolly Mejía había sido asidua asistente a las tertulias de periodistas del Automático (ubicado después del 9 de abril en la Ava Jiménez) junto con Emilia Pardo y Emilia Ayarza. Lo que debo rectificar es que ella -Dolly- no es la de la foto del mural. Deduzco que es Ayarza, pues estoy segura que era Emilia Pardo pues su personalidad comenzaba con su particular presentación personal y no tenía el cigarrillo en la mano. Aprovecho para copiar el registro de ese mural en cuanto afirma que por sugerencia del poeta León de Greiff, un señor Jaramillo compró el Bar Automático, con la intención de facilitarle las tertulias. Ya adolescente fui varias veces al lugar a mirar porque todavía no era tan “metelona” como lo soy con la experiencia personal; allí vi a Gonzalo Arango ( no registrado en esa memoria mural) y más tarde hablé con el pintor Marco Ospina. 

 

Vuelvo a Dolly para decir que en una de las antologías la reseñan como “poeta de gran emotividad y de lenguaje simple y directo, está ornamentada por metáforas y definiciones brillantes; tomando al azar uno de sus libros, dice por ejemplo: “ el agua es el vino con que se emborrachan los árboles..”.- 

“El cansancio es un deseo de morir transitoriamente…” 

Continua el registro: “ se aproximó a lo que fuera Julio Flórez en la literatura nacional..” 

 

En su poema Vacío, dice: “Cuando le falte al hombre la visión del lucero,/ la raíz de la sangre se quebrará en silencio…”

 

En el titulado Noche en ti, dice: “…La noche es un ala cuando parpadeas/ y entre tus pestañas/ se adormila un viento con los pies de seda…” 

 

En el titulado El Sueño, dice: …”Tus manos desvalidas, manojos sosegados, / se ahuecan levemente como acunando un seno….” 

En el titulado El amor recobrado, dice: “Cuánta de esta tristeza que ronda y me socava/ daría por recobrarte./ Cuánto de éste vacío que no cabe en mi muerte…” 

 

En el titulado La casa nueva, dice: Aquí, el mantel de musgo/ y la harina con carne de amapola./ Migas para el gorrión y para el viento./ Leche y miel en el pecho 

sorprendidas./ Un solo cuenco para nuestras manos./ Hartadura de comernos las miradas/ y el ascua del amor recomenzado….. 

 

Nunca supe por qué, no se entendía mucho con su hermana y su sobrina; tampoco nombró a otro familiar y para su dolor de alma cuando nos avisó desde una clínica en Madrid que llegaría a morir con nosotros, se había enterado de la infidelidad de su esposo, con la madrina de matrimonio, cuando al fallecimiento de él comenzó a revisar cajones y para votar basura encontró cartas comprometedoras. 

 

A más de ese dolor, recibió otro que es difícil de perdonar. Remitida por el Dr. Rojo (español) al Instituto de Cancerología de Bogotá, ella desde su cama y para darse ánimo, me pidió que llamara a algunas personas que la conocían y buscara a Don Roberto Garcia-Peña y los Santos (Hernando y Enrique) para que enviaran una carta de recomendación al Director del Instituto; la respuesta vulgar que me dieron fue negársela porque había prestado unos jarrones para arreglarle el apartamento al General Rojas Pinilla cuando se refugió en Madrid. Esa desilusión, también se llevó y todo porque era conocida en la embajada y por mucha gente colombiana a quien ayudaba y ella para estar cerca de la noticia, se vinculó al recibimiento de quien en su gobierno había cerrado El Tiempo; fue una venganza estúpida e injusta porque cuando ella hizo algo parecido a la llegada de Perón, nada les pareció indebido. 

 

Para terminar esta huella tengo que registrar la tercera desgracia que marcó sus últimos meses de vida. Entre quienes acudieron a saludarla, fue un coronel cuyo nombre borré del recuerdo y no logro recuperar; a él y su esposa, ella les sirvió en Madrid. El quedó viudo y regresó a Colombia. Me sorprendió que le llevara televisor y se le pegara todo el día en el Instituto. Seguramente la conocía en su personalidad de conquistadora y a los pocos días contrajeron matrimonio por lo civil, ante notario, no obstante su estado terminal. Sólo me dijo una mañana después de tratar de suicidarse en su lecho de enferma: -Me salió gallito. Oblíguelo a que pague mi funeral en lo mejor de Bogotá. 

Yo solamente la acompañé hasta la funeraria Gaviria porque nunca asisto a honras fúnebres. Él viajó a Madrid y se presentó en el Consulado a reclamar la herencia. De allí me comunicaron que ella había testado antes de 

viajar a morir en Colombia, a favor de las monjitas que cuidaron el cáncer de Hans y el de ella antes de venir, lo que me dejó satisfecha creyendo en la justicia de la vida. 

 

Entre los periodistas poetas de quien ella fue amiga, están Rogelio Echavarría y Jaime González Parra, también amigos míos aunque en el trabajo gremial en el Círculo de Periodistas de Bogotá, colocados en el lado opuesto, el patronal, siempre a favor de El Tiempo, es decir de las órdenes de los “Santos”, cosa que no critico porque es su libertad de pensamiento.

 

 

Imagen de Edda Cavarico

Edda Cavarico
Contertulia e integrante del programa
Usted Tiene la Palabra -INCIRadio

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