
La madrugada del 31 de marzo de 2006, quedará siempre guardada en la memoria de todos aquellos quienes desde 1994 seguimos la música de los Catupecu Machu. Un accidente automovilístico dejó a Gabriel Ruiz Díaz, la mente detrás de gran parte del sonido de Catupecu Machu, gravemente herido. Ese día, el futuro de la banda que había creado un universo sonoro único se volvió incierto.
¿Cómo continuar sin una de sus mitades creativas? La respuesta de su hermano Fernando Ruiz Díaz y el resto del grupo fue un ejemplo de amor y resiliencia que se transformó en una fuerza natural, que los impulsó a seguir adelante.
Es que Gabriel no era solo el bajista, era un arquitecto del sonido y su instrumento era una extensión de su ingenio; Fernando lo describió siempre como "un prodigio, alguien inquieto, con una energía que contagiaba a todos." El accidente lo dejó en coma y con secuelas irreversibles, silenciando para siempre su voz musical en el escenario. El golpe fue inmenso. Fernando, con el corazón roto, se enfrentó a la decisión más difícil: disolver la banda o honrar a su hermano.
Escogieron el camino del honor. Catupecu Machu se convirtió en un homenaje andante. En cada show, la energía que antes creaban entre los hermanos se canalizaba en una forma de catarsis colectiva. El puesto de Gabriel nunca fue reemplazado, sino que se convirtió en un espacio sagrado, que fue apoyado por distintos músicos amigos de la banda, como Diego Arnedo o Zeta Bosio, que le daban su toque único a los clásicos de siempre.
Todo esto sucedió mientras la vida de Gabriel se transformó en una lucha constante, marcada por un coma profundo y meses de incertidumbre. Aunque continuaron el legado de Catupecu, tanto ellos como los fans solo podían esperar y rezar por el milagro que nunca llegó del todo.
Después de más de seis meses en el hospital, Gabriel fue trasladado a un centro de rehabilitación. Con el tiempo, logró pequeñas victorias: un "hola," un "mamá," y la habilidad de mover las manos cuando sentía su bajo. Momentos de esperanza que, como destellos, iluminaban un camino lleno de desafíos. Su vida se volvió un testimonio de la perseverancia, una nota sostenida que se negaba a apagarse, aunque las secuelas del accidente le arrebataron la posibilidad de volver a tocar como antes. Siempre fue ese motivo de lucha constante que su hermano siempre compartió con los fans, para que nunca olvidaran a "Gaby", quien como lo mencionó también "se dañó mucho la vista: ve como por este ojo pero de un costadito, así, y después ve como sombras".
Casi quince años después, el 23 de enero de 2021, la última cuerda vibró y se rompió. Gabriel Ruiz Díaz partió, curiosamente, en el Día del Músico en Argentina, honrando la memoria de Luis Alberto Spinetta, uno de sus grandes ídolos. Con su partida, el rock nacional perdió a uno de sus arquitectos sonoros, pero su legado musical y su espíritu indomable seguirán resonando en cada acorde de Catupecu Machu. Porque aunque su bajo esté en silencio, su música perdura, un recordatorio de que los guerreros del sonido nunca mueren.
No solo por esta historia quiero recomendar ver a los Catupecu Machu en este Festival Cordillera 2025, también porque son un viaje sonoro y sensorial, una banda que por más de 30 años siguen buscado crear y entregar un sonido único que va más allá de lo convencional, con una experiencia inmersiva que nos transporta, a un lugar mágico que solo Fernando Ruíz y el resto de músicos logran alcanzar. Haciendo que literal, pisemos sin el suelo, corriendo libres sin cadenas, despertando y estando listos para amar en los sueños.
HENRY ALONSO DIAZ CHACÓN
VOZ INSTITUCIONAL, PRODUCTOR CREATIVO
INCIRADIO Y CENTRO AUDIOVISUAL