Una aventura deportiva dentro de la educación inclusiva

Cursé mi Primaria y Bachillerato en un colegio donde era el único estudiante con discapacidad visual. El resultado, entre otros muchos, fue que a la hora de practicar un deporte, más concretamente de jugar fútbol, configurábamos equipos que eran perfectamente opuestos a la lógica que rige el fútbol para personas que no ven.
En el fútbol jugado por personas con discapacidad visual, los arqueros son videntes, la cancha es cerrada para que el balón frene contra las paredes bajas que la rodean y es obligatorio que cuando una persona trasporta el balón, diga ‘voy’ para indicar su movimiento y que va a realizar alguna acción. Pero nada de esto sucedía en los partidos inclusivos en que participaba.
En efecto, de los veintidós jugadores involucrados, veintiuno veían y uno, que desde luego era yo, no podía hacerlo, de manera que ideamos una serie de estrategias que si bien quizás nunca lleguen a convertirse en el reglamento y el método de un torneo, tienen la virtud de permitir la inclusión en su faceta más lúdica.
Para comenzar, por lo general llevaba un balón sonoro que podía seguir a través del oído y que mis compañeros veían como cualquier otro balón del mundo. Sin embargo, como a veces olvidaba llevarlo, teníamos una alternativa: envolvíamos el balón común y corriente en una bolsa plástica y así resultaba lo suficientemente sonoro como para permitir que una persona con discapacidad visual lo persiguiera, solución que resultaba de bajo presupuesto y muy efectiva.
Pero además, no bastaba con detectar el balón, era necesario reconocer a los jugadores tanto del propio equipo como del contrario. Para solventar esta dificultad, las canicas de vidrio, llamadas por aquel entonces Bolas de Piquis, prestaron un gran servicio.
Como para trasportar las canicas algunos compañeros utilizaban canguros en su cintura, estos sonaban como una maraca cuando ellos corrían. Aprovechando esta situación, acordábamos que mis compañeros de equipo tuvieran un canguro con canicas para reconocerlos o al contrario, si la idea era identificar a los integrantes del equipo rival, todos sus jugadores lo portaran.
Pero aun así falta el hecho más sorprendente: mi papel dentro del equipo era ser… arquero. Aunque parezca increíble, la posibilidad de orientarme gracias a la línea que delimita el arco, el permanecer en un espacio concreto como es el área y poder utilizar las manos, me daban la opción de desempeñarme mucho mejor que cuando me desplazaba por el campo de juego. Así trasgredíamos la regla de contar con un arquero vidente propuesta para el fútbol practicado por personas con discapacidad visual.
Solo falta contar cómo nos iba en materia de resultados. Al respecto diré que a veces ganábamos, en otras perdíamos, nos divertíamos en grande y sobre todo, tenía una enorme ventaja como arquero porque cuando recibía algún gol fatídico podía disculparme con mis coequiperos diciendo: ¡perdonen, es que no lo vi!, sin faltar un ápice a la verdad.
Autor:
Jorge Colmenares
Profesional Especializado
Instituto Nacional para Ciegos - INCI