Por la ruta del braille

Persona con discapacidad visual escribiendo en braille
Numero edicion
Edición Número 93

Lo confieso, soy una amante del braille. Si hubiera nacido en el siglo XIX lo que acabo de decir sería escandaloso, pero tranquilos, me refiero al braille con minúscula. Y claro, admito que admiro profundamente a Braille con mayúscula, su creador, quien encontró la manera de que los dedos de las personas ciegas pudieran leer, con mayor eficacia, rapidez y propiedad de lo que hasta entonces era posible. Y por supuesto, les permitió escribir a través del mismo código.

Cuando puse mis dedos por primera vez en un alfabeto braille pensé que nunca lograría enseñarles a leer, pero la persistencia siempre trae sus frutos y los míos bajaron del árbol del conocimiento una noche de apagón, en aquella época en que Bogotá se sumía en las penumbras por los cortes de energía eléctrica. Pensé, “hoy no puedo hacer trampa, mis ojos no pueden colaborar”. Y después de tratar y tratar lo logré. Fue una de las más intensas emociones tacto-intelectuales que he tenido en mi vida. Descubrí que tengo un dedo inteligente, el índice de la mano izquierda. Lloré de la felicidad hasta mucho después de que había llegado la luz.

Seguí leyendo con mis ojos cuando era evaluada por mi adorable profesor de braille, que era ciego, sabio, escritor y músico. Con cronómetro en mano medía cuántas palabras podía leer por minuto y luego, con su acostumbrada amabilidad y bonachonería, me permitía leer con los dedos, bueno, con mi único dedo inteligente. Me escuchaba en silencio, mientras yo leía como una niña que empieza a descifrar mensajes escritos letra a letra, experimentando el pasmo de no haber entendido nada al final de un renglón. Poco a poco y con mucha práctica adquirí un poco de velocidad, logré leer interpunto con mis ojos y seguí un camino de un sincero apasionamiento por el braille. Leía en los buses (un parrafito en un trayecto de una hora), esperaba con ansiedad que se fuera la luz y mi admiración por Braille (con mayúscula y con minúscula) crecía día a día.
Llegó el momento de decirle adiós a la universidad. Mi pasión por el braille no disminuyó en absoluto y hoy sigue siendo tanto o más intensa que en aquellos años.

Después de algún tiempo, pensé en lo hermoso que sería usar el braille en otras lenguas. Ya había hecho una indagación sobre el braille en francés. Cuando hacía transcripciones voluntarias para la biblioteca del INCI a punta de pizarrita y punzón, trataba de no usar mi borrador para que el texto quedara limpiecito, no siempre me era posible y repetía una y otra vez las páginas por uno o dos errores (ya lo sé…una actitud poco ecológica, no lo volví a hacer, empecé a dejar las correcciones en el papel aunque no se viera y se sintiera tan bonito). Había un funcionario que sabía francés y conocía los signos de puntuación y las tildes en este idioma, así que me di a la tarea de seguir sus indicaciones y logré escribir varios textos en francés. Después de tanto tiempo no recuerdo mis andanzas lingüísticas de aquel entonces, pero espero que cuando retome la aventura del francés a través del braille recuerde algo, o por lo menos logre despertar el conocimiento dormido que necesita, así como la Bella Durmiente, el beso de un apuesto príncipe (será Louis?), que traiga a través del túnel del tiempo el conocimiento guardado en la punta de los dedos, en los puntos mágicos o luminosos, como ya se les ha nombrado y sobre todo, en el corazón.

La siguiente estación en este camino de descubrimiento fue la posibilidad de acompañar en su proceso de aprendizaje del braille a algunas personas que habían adquirido recientemente la condición de sordoceguera. Me senté al lado de soldados que habían perdido por completo la vista y la audición de manera parcial y algunos temporal, debido a detonaciones, explosiones de granadas y otros eventos tristes, desafortunados e irreversibles que ocurren en los combates. Entre otras cosas, Colombia es un país en el que la sordoceguera adquirida tiene como una de sus causas la guerra.

También acompañé a sordos que a causa del Síndrome Usher empezaban a perder la vista, igual que algunas personas que debido a tumores cerebrales la habían perdido por completo. Todos ellos querían aprender braille, así que tomados de la mano emprendimos parte de ese proceso juntos.

Caminando y volando empecé a enseñar inglés a personas con discapacidad visual y me di cuenta que necesitaba de manera urgente y perentoria, aprender braille en inglés, y empecé. Tuve un maravilloso profesor invidente colombiano que me enseñó los rudimentos del Unified English Braille (UEB), que traduce braille en inglés unificado, y le tuvo a mi cerebrito una enorme paciencia. Cuando aprendía algo nuevo, olvidaba lo que ya sabía. Cuando miraba un texto, me preguntaba a mí misma, ¿esto es chino o inglés?, eso me causaba risa a veces y preocupación casi siempre. Otra vez pensé ¿seré capaz de hacerlo?. Entonces empecé a escribir listas interminables de contracciones en las bancas de los parques, paraderos de Transmilenio, filas para pedir cita médica y corporaciones bancarias. Sentía que no podía desaprovechar ningún momento para guardar en mi memoria las contracciones, un esfuerzo que no se vio recompensado rápidamente.

Tuve la oportunidad de retomar el aprendizaje del braille en inglés unificado en Columbus, Ohio. Y otra vez, contuve la respiración, pedí que pudiera ser
 
nuevamente como la Bella Durmiente y en la noche mientras dormía, el apuesto Louis Braille besara mi frente para que al despertar pudiera recordar las contracciones.

Lamento tener que decir que mi romanticismo innato tuvo que enfrentarse con la realidad. Ahí estaba yo, sentada frente a una máquina Perkins por primera vez en mi vida, y el beso del apuesto príncipe no me había devuelto la memoria. Era la única latinoamericana entre un grupo de veinte nativas que tenían diferentes niveles de conocimiento del braille. Esta capacitación hacía parte de la transición entre el braille en inglés estándar y el proceso que se inició hace aproximadamente cinco años de eliminar, modificar y ajustar algunos signos a fin de que todos los países que tienen como lengua oficial el inglés puedan utilizar las mismas convenciones. Es decir, hacer posible que usuarios del braille en Estados Unidos, Canadá, Suráfrica, Australia, Inglaterra, etc., puedan emplear los mismos signos.

El curso en el que participé tenía la intensión de que de manera intensa (intensísima diría yo), aprendiéramos braille integral y un poco de estenográfico, o como dicen por esas latitudes, braille sin contraer y braille contraído.

Llegué a mi primera clase con mi pizarra y mi punzón. Cuando la profesora comenzó la explicación de la historia del braille se refirió a estos elementos como casi piezas de museo. Yo, tímidamente los saqué de mi morral y los mostré. Algunas estudiantes nunca en su vida los habían visto y yo pasé de la timidez a la alegría de poder aportar algo nuevo (pero antiguo a la vez) venido de estas latitudes.

Aprendí a escribir en una máquina Perkins, entendí el sentido de muchas contracciones y logré recordarlas (gracias a mi adorado profesor invidente colombiano, a mi profesora norteamericana y claro, al beso en la frente que me dio el apuesto Louis Braille) en medio de un intercambio cultural maravilloso.
Hay tanto por contar, especialmente de la manera en que lo que aprendí empezó a echar raicita aquí en Bogotá con mis adorados estudiantes con discapacidad visual…pero eso tendrá que ser parte de otro artículo por dos razones, la primera que no puedo exceder el límite de páginas recomendado por la revista y la segunda, debo ir a acostarme para que esta vez dos apuestos príncipes me den un beso en la frente, mi adorado esposo y aquel príncipe francés al que tanto le debemos por abrir un camino hace dos siglos que aún hoy muchos seguimos transitando.

Por: Marcela Quintero Sierra
Educadora especial.
 

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