Nombres y números, arriba y abajo: claves para orientarse a ciegas en las ciudades
Es posible que las personas ciegas que viven en Bogotá no sean conscientes de una gran ayuda que, sin proponérselo, les brinda esta ciudad. Nos damos cuenta de ella cuando visitamos otros lugares, salimos a caminar y descubrimos con cierto terror que las calles y aquello que, de acuerdo con la fórmula que orienta el trazado urbano de Bogotá se llamaría carreras, no tienen números ni letras sino nombres que en ocasiones aluden a personajes famosos, a fechas memorables, a momentos cruciales o que resultan absolutamente caprichosos.
En Bogotá se puede caminar y conforme se llega a cada esquina ir contando las cuadras y saber en dónde se está pisando. Es verdad que la serie no siempre es completa y que cada división puede estar señalada con una letra, además de un número, hecho que genera algunas confusiones pero, en general, es muy fácil comprender en qué punto se encuentra uno al caminar y con ello, tener conocimiento del espacio avanzado y de la distancia que nos separa del lugar hacia dónde vamos.
En cambio, existen ciudades donde cada calle tiene un nombre y estos no obedecen a ningún ordenamiento alfabético o secuencial, sino que cumplen con la tarea de rendirle un homenaje a un país, personaje o fecha. Si una persona ciega recorre una ciudad organizada bajo estos criterios, no tiene modo de identificar cuál es la calle siguiente y con ello, solo queda el recurso de la memoria alimentada con múltiples recorridos para que pueda desenvolverse en esa urbe con presteza.
Así, por ejemplo, si un caminante frecuente de la ciudad de Bogotá visita Cali, recorre la Avenida Quinta y al moverse hacia el oriente desemboca en la Avenida Rosevelt, siente una extraña sensación de extravío, que se calma al saber que esta puede entenderse como la sexta. Pero en otros casos, las palabras Reforma, en la Ciudad de México; Washington, en Lima; Rodríguez Peña, en Buenos Aires; o Junín, en Medellín; no le permitirán saber cuál es la calle siguiente y en consecuencia, a no ser que memorice la continuidad de cada nombre al lado del otro, carecerá de toda alternativa para guiarse a través de un sistema lógico.
Una persona ciega que camina en Bogotá y utiliza TransMilenio construye un mapa mental que se asemeja bastante a un plano cartesiano formado por meridianos equivalentes a las carreras y paralelos que corresponden a las calles. Entre los meridianos y también entre los paralelos se intercalan líneas más gruesas que son avenidas importantes como la carrera Séptima, la Caracas, la carrera Trece o la calle veintiséis.
Con esto, además el mapa mental se complementa con una serie de puntos referenciales que con su sonido trepidante o su amplitud representan una frontera entre un área y otra.
También contamos con otras pistas para orientarnos en Bogotá: durante mucho tiempo creí que cuando la gente decía “suba por esta calle” o “baje por esa cuadra” se trataba de una manera de hablar que nada tenía que ver con la realidad de la ciudad. Sin embargo, estas expresiones contenían una clave visual que tiene sentido para quienes pueden levantar la mirada y notar que desde el sur hasta el norte una cadena de cerros bordea la ciudad por el oriente y que si uno se encuentra al occidente, en Bosa, los Altos de Cazucá, le marcan un límite entre Bogotá y Soacha.
Esto le haría pensar a una persona ciega que la referencia a los cerros le resultaría inútil, pues se trata de una convención visual, pero la inclinación de la superficie de las calles y las extenuantes hileras de gradas que trepan por las montañas le permiten a quien no ve comprender sin ningún género de duda si sube o baja, con lo cual, puede saber si va en dirección al oriente o al occidente, según el punto de la ciudad en el que se encuentre.
Es curioso que nadie haya pensado que la nomenclatura actual de Bogotá beneficie la autonomía de las personas ciegas, pero en efecto así sucede. También resulta sorprendente que otras ciudades del mundo y sus habitantes no hayan implementado un sistema de ordenamiento urbano que es tan coherente desde su base matemática y que con su lógica intrínseca le facilita la vida tanto a quienes ven como a los que no lo hacen.
Tal vez la conciencia de cómo la numeración beneficia a las personas con discapacidad visual y como sería pertinente implementarla en aquellos lugares en que no existe constituyen dos aspectos sobre los que debe llamarse la atención para que se apliquen en la definición de los espacios urbanos, generando así una forma que promueve la accesibilidad y contribuye al modo como tanto las personas ciegas como las videntes construyen sus mapas mentales y con ello desarrollan su autonomía.
Autor:
Jorge Andrés Colmenares
Funcionario Centro Cultural INCI
Instituto Nacional para Ciegos - INCI