La escuela como un lugar de sentido

Un día, no como cualquier otro, nos vimos abocados a cambiar nuestra forma de relacionamiento. Lo presencial se volvió virtual y la casa se convirtió en el lugar central del aprendizaje, pero también un escenario de tensiones.
Hoy no voy a hablar de lo que pasa en las grandes ciudades en donde la tecnología y los recursos pueden ser parte del equipamiento propio de lo cotidiano, pero que también surge desde la posibilidad de resolver… lo no resuelto.
Voy a recrear el escenario de aquellos alumnos, estudiantes y docentes que, por sus condiciones en términos de recursos, viven el día a día, tratando de darle respuesta a los requerimientos de un currículo atomizado, que demanda ser pensado desde la articulación de currículos más integrados de los saberes; menos instrumentalizados.
Los tiempos se volvieron insuficientes, plataformas saturadas de información, queriendo darle respuesta a una educación homogeneizadora, con la exigencia de educar para el resultado.
Pero… ¿qué ha implicado el aprender desde esa escuela enseñante?
¿Cuáles han sido las inquietudes de los maestros, de las familias y de ese otro, el aprendiz en etapa de desarrollo, o de adolescencia? Ese actor que reclama acompañamiento, que juega, que ríe, que se nutre emocionalmente desde lo social, y que en muchas ocasiones se vuelve el protagonista de las tensiones.
Recuerdo una frase de Ignacio Calderón Almendros, que decía, “que la escuela debe ser un lugar donde todas las personas podamos crear sentido”.
Una docencia que además de informar, forme.
Ya no pensado desde ese alumno “el de escucha obediente” sino ese sujeto que requiere ser crítico desde su contexto. Pues enseñar es un acto político, y se debe propiciar la opción primordial del diálogo en el acto de enseñar y de aprender con sentido. ¿Contamos con esas posibilidades? ¿Estaremos aprovechando esta coyuntura para reinventarnos? ¿Y para qué la escuela?
Esta época de pandemia ha sacado al descubierto muchas falencias y muchas necesidades; se evidencia el bajo acceso y uso de las tecnologías no solo por estudiantes sino también por los maestros, y ni se diga de las familias, aquí no se trata de culpables e inocentes, se trata de revisar en su conjunto la asignación y administración de los recursos, teniendo en cuenta lo diverso, lo inequitativo, que aporte a definir prioridades, necesidades e identificar las falencias, es el momento de generar una reflexión de cómo se debe replantear el sistema en lo educativo, en lo familiar, en lo social.
No se debe caer en una actividad mecánica, improvisada y fría, en donde el alumno recibe información, acumula teoría, pero no es capaz de usar crítica y pertinentemente dicha teoría, tampoco de pensar por sí mismo y de tomar posición frente a la realidad y al propio conocimiento.
Pero…. ¿cómo suplir las falencias en términos pedagógicos? ¿En términos tecnológicos?
Los padres se convirtieron en maestros, y esa relación de escuela-docente, docente-estudiante, docente-familia, empezó a reinventarse.
Y sea esta la oportunidad de revisar cómo estamos adelantando o que espera el sistema educativo en términos de evaluación en tiempos de pandemia.
Qué tipo de conocimientos queremos evaluar, más…cuando lo cotidiano puede y debe ser una caja de herramientas que le permita al niño incursionar en ese maravilloso mundo de la creatividad, del aprendizaje significativo, que construye desde su vivencia, nuevos conocimientos.
¿Por qué no aprender matemáticas o biología a través de una clase de culinaria? ¿Podría ser ese, el lugar de comprender qué tanto se ha aprendido o cómo me construyo desde la solidaridad y el trabajo en equipo?
El contexto en el que vives también educa, cada espacio ofrece un aporte para ir aprendiendo, al ritmo que cada cual requiere. El camino no ha sido fácil, pero seguiremos aportando a la construcción de sociedades más respetuosas, justas y humanas.
Y termino con una frase que le escuché a Nicole Cubillos, compañera de asistencia técnica, “La enseñanza suele ser un reto para quienes somos mediadores de aprendizaje”.