Cuando se apagan las luces y se encienden los sentidos

Como muchos otros colombianos, llevo ocho meses sin hacer esa fila, sin pensar unos cuantos minutos qué título será el indicado y luego, disfrutar de ese olor que nos pone en ambiente y nos abre el apetito. Llevo ocho meses sin cruzar la puerta para buscar mi asiento en la oscuridad, sin asombrarme con los estrenos que se acercan y sin pasar dos horas alerta frente a una pantalla gigante que constantemente se renueva y nos trae aventura, drama, suspenso, animación y todo tipo de historias fascinantes que nos dejan felices, conmocionados, asustados, inspirados, nostálgicos y hasta decepcionados. Es toda una experiencia sensorial que hasta hace ocho meses parecía común, pero que ahora, tras un buen tiempo sin disfrutar de esas salidas con amigos o familia, parece lejana.
Lo que quizás algunas personas no pensábamos cuando compartíamos, comentábamos y disfrutábamos en torno al cine, es que hay casi 2 millones de habitantes en nuestro país que no lo logran apreciar de la misma forma que nosotros cada película que llega a la cartelera. Y no es falta de voluntad, sino de accesibilidad. Ver una película puede ser cotidiano, pero para las personas con discapacidad visual puede tornarse tortuoso en algunos escenarios.
Aunque el séptimo arte tiene 125 años y está en constante transformación con sus imágenes, efectos especiales, las increíbles interpretaciones de sus actores y algunas salas cada vez más modernas con atención personalizada, movimientos y condiciones que recrean lo que se observa en la pantalla: viento, lluvia e incluso olores, el entretenimiento y la cultura tienen una tarea pendiente con la población ciega y con baja visión.
Y si bien el acceso universal a la información es un derecho para las personas con discapacidad, aún falta mucha tela por cortar en esta industria del cine. No es lo mismo que un cinéfilo ciego comprenda como cualquier persona la secuencia de escenas, que se goce una película y luego la debata con sus seres queridos, que un familiar le narre lo que ocurre cuando un personaje hace un gesto, apunta con un arma o un niño pequeño llora mientras todos los asistentes están en silencio.
Por fortuna, Colombia está en marcha de avanzar en este propósito, de brindar espacios accesibles e incluyentes para las personas que no ven pero que buscan escenarios de participación, entretenimiento y cultura.
En la actualidad, cursan en el Congreso de la República dos iniciativas de suma relevancia para la agenda de discapacidad: el proyecto de ley 138 de 2019, que tiene el propósito de ratificar el Tratado de Marrakech en Colombia para obtener la exención patrimonial en los libros para ciegos y el proyecto de ley 283 de 2020, que regula la audiodescripción en nuestro país para que las personas con discapacidad visual comprendan los contenidos audiovisuales que se emiten. Ambos articulados
han contado con la asesoría técnica y el acompañamiento del Instituto Nacional Para Ciegos –INCI.
Para garantizar un acceso completo y real a la información por parte de las personas con discapacidad visual resulta inminente la aprobación de estas iniciativas, en especial de la última, que se implementa alrededor del mundo para brindar detalles sobre características de los personajes, de los lugares y de las expresiones corporales que se registran en cada cuadro.
No obstante, también existen varios esfuerzos por consolidar una cultura más incluyente. El INCI, como casa de los ciegos y entidad que promueve la inclusión en todos los ámbitos, ha adelantado tres ediciones del Festival de Cine para Ciegos, un evento que pese a la pandemia por COVID-19, en este 2020 llegó a las casas de los colombianos con 10 películas mediante la radio y en época de Halloween, fue una oportunidad perfecta para celebrar en el hogar, en compañía de los que queremos y con unas deliciosas crispetas caseras.
Además de transmitir una producción que va contando, a través de una voz en off, cada minuto de la producción para que el oyente ciego comprenda la historia y la viva mediante el oído, detrás de la audiodescripción hay un trabajo valeroso de días, en los que se debe elegir de forma minuciosa qué incluir y cómo hacerlo de la mejor manera y sin entorpecer el mensaje original y la intención del filme. Es, en gran medida, cerrar los ojos y ponerse en los zapatos de quienes ansiosos esperan por una película.
El cine no es el único arte al que la audiodescripción ha llegado. En el teatro también vale la pena destacar esfuerzos como el del Teatro Colón, que en noviembre ofrece a los colombianos sordos, ciegos y con baja visión una programación con lengua de señas colombiana y audiodescripción, es decir, una oferta accesible que, puede apreciarse, de manera gratuita, a través de las redes sociales del Teatro Colón (@miteatrocolon) y del perfil de Facebook del INCI (@INCIColombia) desde cualquier parte del mundo.
De igual forma, en la literatura cabe traer a colación trabajos mancomunados como el ‘Tren de Lecturas Viajeras’, una iniciativa que surgió en Medellín para que los usuarios del Metro disfruten de libros gratis mientras realizan sus trayectos. De los más de 6700 textos disponibles, al menos 100 cuentan con audio para las personas con discapacidad visual. Para acceder, los interesados solo necesitan registrarse y escanear un código QR en su celular.
Estos son solo algunos ejemplos de cómo es posible llevar la inclusión a la cultura a través de diferentes vías. Con la suma de voluntades y el uso de herramientas tecnológicas, sí es posible apostarles a opciones accesibles tanto físicas como virtuales, en las que cada persona tenga silla, opiniones y la sensación de contar con lugares de encuentro común en un mundo que los incluye, que los tiene en cuenta en cada vuelta agigantada que da.